Novela política-profético-onírica
ambientada en la próxima guerra
que se desarrollará en la Argentina
luego de ser invadida
por las tropas de las Naciones Unidas.
Escrita por José Luis Núñez.

Epílogo

Tras leer los borradores que sometí a su opinión, uno de mis hijos me reclamó airadamente que diera una conclusión al combate que preanunciaba el final de la crónica. Lógico requerimiento de una impaciencia juvenil.
Me requería una tarea imposible. En primer lugar, porque tal como dice el conocido verso “…toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”, resulta imposible dar continuidad onírica a un producto de mi psique recurriendo al propio voluntarismo.
El sueño que – en forma de crónicas- antecede a este epílogo fue tal y su límite estuvo dado por el despertar.
En segundo lugar, porque, así como está terminado el relato permitirá a cada lector imaginar el final que mejor se acomode a su conformación cultural, a su conocimiento histórico, a su voluntad política, a su capacidad de ensoñación.
Porque los sueños forman parte de las vidas de las personas y del subsuelo cultural de un pueblo. Son los sueños los que a lo largo de la historia, han guiado a las personas y a las sociedades por sus devenires enfrentando el constante desafío que la providencia les ha puesto por delante.
Tras esos sueños algunos han abrazado aventuras que aún hoy día nos aparecen más epopeyas homéricas que andanzas humanas. Otros, renunciándolos, se han sumergido en una mediocridad que los ha maniatado en la edad de piedra.
Me pareció entonces conveniente mantener un final abierto.
Abierto al alma de cada uno de los lectores que hayan compartido estas líneas.
Porque a los argentinos también nos cabe el sayo que arriba expuse.
Y nuestro desafío personal y como comunidad social-nacional tiene la medida de nuestros sueños.
Los que peinamos canas, tuvimos grandes sueños, para nosotros y para toda nuestra Argentina. Tras esos sueños trabajamos, luchamos, sufrimos y fuimos derrotados. Derrotados por un enemigo poderoso y por errores y debilidades propias.
Pero no nos rendimos.
Porque, como dijo alguien, la vida es lucha, y renunciar a la lucha es renunciar a la vida..
FIN DEL PRIMER SUEÑO.

15: Que truene el escarmiento

Julián Maidana miraba la puerta de su casa deseando, esperando ver aparecer a su hija María Eva, para correr a abrazarla y besarla y llevársela a su esposa, para que la viera y dejara de llorar tirada en la cama.
Los vecinos que trajeron la noticia en medio de la alarma que siguió a los ruidos provenientes del ataque les dijeron también que aparentemente no había ningún sobreviviente.
Julián se aferró a la esperanza y corrió las doce cuadras que lo separaban del edificio en llamas pero no pudo siquiera acercarse. Los soldados de la O.N.U. habían cerrado con barricadas metálicas todos los accesos a las inmediaciones del edificio escolar.
Gritó y puteó a los chinos que cuidaban el perímetro y que le impedían que trepara las rejas con las bayonetas de sus fusiles.
Alcanzó a distinguir los camiones chinos y a los soldados que extraían bultos entre los escombros y los metían en las cajas de los vehículos y cerró los ojos para no ver más.
Por fin volvió a su casa, donde la mamá de María Eva, acompañada de una amiga, estaba postrada y abatida desde el momento en que se enteró del ataque chino a la escuela en la que cursaba el secundario su única hija.
Las horas que pasaron hasta que llegó la luz del día lo fueron calmando, mientras que otros vecinos comedidos confirmaron la terrible noticia: todos los alumnos habían muerto, junto con los profesores.
Frío como un cadáver, besó a su mujer que dormitaba bajo el efecto de los calmantes que un médico que había inyectado y salió de su casa. Caminó en medio de la gente que corría por las calles de Caleta, sin escuchar nada de lo que pasaba a su alrededor, mientras en otros hogares y otras familias se multiplicaban las escenas de dolor y de furia.
Julián no sentía dolor ni furia. Lo inundaba una determinación fatalista y serena.
En el playón donde lo dejó estacionado la noche anterior, llegó al camión tanque que –cargado con cincuenta mil litros de nafta- debía conducir hasta Viedma en un viaje de rutina.
Revisó concienzudamente los neumáticos del tractor, del semi y del acoplado. Controló el enganche y el sistema de luces. Subió a la cabina y puso en marcha el equipo. Tranquilo, como cada día de su vida de camionero de largas distancias, tomó por caminos secundarios para salir a la ruta tres más allá de la entrada norte del pueblo, y encaró como yendo al Chubut.
Mientras manejaba recordaba cuantas veces, junto con su mujer y su hija habían ido caminando hasta la línea de la marea, a ver el inmenso océano solo por el gusto de verlo. Mientras tomaban el mate que su esposa había llevado, María Eva hurgaba entre los cantos rodados de la playa buscando estrellas de mar o piedras raras, que les alcanzaba riendo, a sus padres.
Poco tiempo atrás le había comentado que, cuando terminara su secundario, pensaba estudiar biología marina.
El sol estaba alto cuando escuchó a lo lejos, ruidos de disparos y explosiones que llegaban traídas por el viento que soplaba desde el norte.
Ese tramo de la ruta sigue los desniveles del terreno que se desliza suavemente hacia el océano y desde una loma pudo ver mientras conducía, que sobre el mismo camino y hacia ambos costados se combatía con crudeza.
Los pelotones que se habían reunido a lo largo del camino, desde Alto Rio Senguer, Rio Mayo, Colonia Sarmiento, Pampa del Castillo, que se habían apostado al sur de Rada Tilly, atacaban a las tropas inglesas que Beresford envió para reforzar al grupo chino de Santa Cruz.
En esa zona la ruta tiene grandes curvas y contracurvas que obligan a reducir la velocidad de los grandes vehículos. Pero la pericia de sus largos años de obrero del volante le permitió mantener la rapidez de su desplazamiento y aún aumentarla a medida que se acercaba a la zona del combate.
Una inmensa tranquilidad inundó su alma y su mente. En otra ocasión hubiera detenido su camión y probablemente, habría retrocedido en busca de seguridad. Pero en esta ocasión aceleró mientras sus manos ejecutaban rutinarios movimientos en los instrumentos del tablero.
Aprovechando la leve pendiente que descendía a su favor, alcanzó enseguida los ciento cincuenta kilómetros por hora.
Los ojos -que veían a su hija llamándolo desde el camino- advirtieron el estupor en la cara de los ingleses que desde sus vehículos lo vieron aproximarse como un bólido.
Vio también los fogonazos de las armas que lo tenían a él en la mira e intentaban, desesperadamente, detenerlo.
En el postrer instante aunó su fuerza – cuerpo y alma- a la que empujaba la mole de hierro y combustible contra los vehículos y soldados del ejército extranjero que había matado a su hija.
Cuando su humanidad acribillada se estrelló contra el primer camión ingles, arrastrándolo contra el resto de la columna convertidos todos en una inmensa bola de fuego, su alma estrechaba amorosamente en un abrazo a María Eva, su chiquita.
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En Comodoro Rivadavia, quince kilómetros al norte del lugar del combate, inmediatamente se conoció la noticia de la derrota y apresamiento de los refuerzos británicos que habían salido de allí para auxiliar al contingente chino.
Mientras tanto, las fuerzas americanas se dirigieron hacia el sur, llegando poco después a Caleta Olivia donde se reunieron con los locales.
Privados circunstancialmente de ayuda, los orientales ofrecieron dura resistencia, pero la población caletense que se unió para vengar a sus hijos consiguió doblegarla a fuerza de furia y coraje. Los integrantes de la resistencia, mejor organizados, fueron el nervio y cerebro del ataque y se sumaron como cualquier otro vecino, al asalto final que quebró las resistencias del contingente de la O.N.U.
No dieron ni pidieron tregua ni cuartel. No obstante, respetaron la vida de los soldados que pidieron rendirse después de matar a sus propios jefes, que intentaban impedirlo.
……………………………………………………………………………………… Mientras tanto, en Comodoro Rivadavia Urpoli trataba de organizar los movimientos que más o menos espontáneamente se iban sucediendo a medida que llegaban noticias desde el sur, desde otras localidades patagónicas y desde Buenos Aires.
En toda la región se había generalizado una insurrección que los cuerpos de la Resistencia intentaban conducir, pero la población constantemente desbordaba los planes generando múltiples enfrentamientos con las fuerzas invasoras, las que se veían aferradas a sus cuarteles, sin capacidad de desplazarse para responder a los pedidos de ayuda que recibían constantemente de otras unidades.
Las víctimas de tales luchas, lejos de amedrentar a la sociedad, constituían el fermento que profundizaba la rebelión.
Todos aquellos que no estaban avocados a una situación particular, convergian a Comodoro, pues eran sabedores que allí estaba el cuartel general de la fuerza invasora.
Poco a poco se puso cerco al mismo y se fue estrechando en cada arremetida. Los caídos eran reemplazados por más y más voluntarios.
El “Batallón Treinta y tres” formado por uruguayos y mandado por Jorge Artigas, se empeñó en una lucha casi suicida que consiguió con tremendas pérdidas propias, abrir una brecha en el dispositivo defensivo que había montado Beresford, a la espera de refuerzos navales.
Esto sumado al efecto demoledor del ataque constante al que eran sometidas sus tropas y las desalentadoras noticias que recibía de casi todas las unidades que estaban esparcidas a lo largo y a lo ancho de la Patagonia, llevó al comandante en jefe de la fuerzas de las Naciones Unidas, a solicitar un parlamento con el jefe de los nacionales.
Úrpoli, que recorría las primeras filas del combate, aceptó la propuesta y una hora después recibía a un emisario de Beresford en un improvisado despacho montado en la Comisaría céntrica.
Las condiciones que transmitió el portavoz del jefe inglés eran sencillas. Solicitaba un “alto del fuego” general, ofrecía entregar las instalaciones que defendían y retirarse con sus hombres, armas y bagajes a algún lugar acordado dentro de las inmensas soledades patagónicas, a la espera de ser repatriado por sus respectivos países.
Una vez que lo escucharon, se le indicó esperar una respuesta mientras Urpoli y su estado mayor se retiraron a deliberar.
Mientras tanto, la población toda de la ciudad se había congregado alrededor de la comisaría, manifestando de diversos modos su apoyo a la gesta de la resistencia.
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La mañana bonaerense era densa en una neblina impropia de la estación que atravesaban.
Mientras un camión de mudanzas se estacionaba en el extremo sur de la avenida costanera de Quilmes, una chata arenera se alejaba de la costa platense impulsada por sus poderosos motores diesel.
Durante toda lo noche, habían trabajado para poner a bordo de la misma uno de los lanzadores y acondicionarlo de modo tal que los efectos del oleaje no perjudicaran su uso.
La “Yarará” que así se llamaba, había llegado desde Entre Ríos con las últimas luces del día anterior, con la excusa de llevar a talleres sus motores.
Su capitán, el “Moncho” Soaje, era un tape que se había pasado la vida acarreando toneladas y toneladas de arena uruguaya a las costas argentinas, y conocía canales y bancos como solo un baqueano puede saberlo.
La embarcación navegaba arrastrando dos botes semi-rígidos que podían ser impulsados por poderosos motores fuera de borda.
Cuando la “mesa chica” decidió utilizar los dos únicos misiles tácticos que disponía para atacar al edificio que habían identificado como sede del cerebro de la invasión, reunió nuevamente a los principales dirigentes que aguardaban sus órdenes, quienes asumieron, junto con sus principales colaboradores, la riesgosa tarea de llevar a cabo el ataque.
Se organizaron dos lanzamientos simultáneos, desde diferentes lugares. Uno de ellos desde tierra firme y el segundo, desde el río. Bocha y el Indio lideraban cada grupo.
Más de cien personas tomaban parte de la operación, directa o indirectamente. El clima resultó propicio, porque no era necesario visualizar óptimamente un blanco fijo cuyas coordinadas habían sido concienzudamente introducidas en ambas computadoras de tiro.
La neblina a su vez protegía a la barcaza de observadores indiscretos.
Cuando la “Yarará” se acercaba al lugar desde el cual se había previsto efectuar el lanzamiento, fue avistada por la tripulación de una lancha de la Prefectura, que le impartió orden de detener motores y permitir el abordaje.
El enorme cajón rectangular del lanzador -que se destacaba nítidamente sobre la obra muerta del barco- llamó la atención de las autoridades, presumiendo encontrarse frente a un contrabandista.
Mientras la chata aminoraba su velocidad, los dos botes semi-rígidos que la escoltaban se acercaron a la embarcación policial abordándola resueltamente, impidiendo toda reacción de su sorprendida tripulación.
Una vez que fueron desarmados y asegurados, se les informó del operativo en ciernes, del que fueron mudos testigos.
La niebla fue iluminada al unísono desde dos puntos distantes entre sí por sendos destellos rojizo-anaranjado que dejaban en el aire ligeras estelas por la condensación de las gotas de agua suspendidas.
El camión de mudanzas se incendió en el mismo lugar del lanzamiento y la chata arenera fue abandonada, habiendo trasladado a la misma a la maniatada tripulación de la prefectura.
Nadie se quedó a observar los resultados de la acción, pues otros grupos ubicados cerca del centro de la ciudad de Buenos Aires, tenían esa misión.
Mientras navegaban velozmente hacia la costa, escucharon nítidamente transmitidas por la masa acuática, dos sordas explosiones, cuando los casi ciento cincuenta kilogramos de explosivo impactaron contra la torre.
Desde la costa porteña, luego del destello inicial, que se apagó en breves minutos, se observaron nítidamente las llamas producidas por el incendio de los enormes depósitos de combustible que poseía la base del edificio, las que producían el humo negro que envolvió rápidamente a la torre.
Cientos de miles de metros cúbicos de gas oil, nafta y gas ardieron vivamente, provocando el fuego que se fue propagando, piso por piso, hacia los niveles superiores de la faraónica construcción consumiéndola rápidamente.
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Cuando las fuerzas militares inglesas se rindieron en 1806 ante las milicias y la población porteña, obtuvieron de parte de Liniers un trato caballeroso y gentil que desagradó a españoles y criollos, porque se había combatido mucho, había corrido mucha sangre y el pueblo anhelaba tomar venganza contra el invasor.
Luego de escuchar las opiniones de sus colaboradores, Urpoli meditaba sobre la suerte corrida por el generoso Liniers pocos años después.
Porque pocos sabían que el pelotón de fusilamiento que ejecutó en Cabeza de Tigre la condena a muerte del héroe de la Reconquista, dispuesta por el jacobino Juan José Castelli, estaba formado exclusivamente por soldados ingleses que se habían quedado en Buenos Aires después de las dos invasiones.
No había en el año 1810, en toda la extensión de las Provincias Unidas, un soldado criollo dispuesto a cumplir esa durísima condena.
El recuerdo del héroe fusilado por la decisión de una Junta revolucionaria que veía en el libre comercio con el imperio inglés una de las bases del desarrollo del país, lo acompañó en la decisión.
Llamado nuevamente el emisario inglés a la presencia de los jefes de la resistencia americana, le dijo: - Diga al General Beresford que sus condiciones son rechazadas. El es el comandante de una fuerza militar que ha invadido sin razón ni derecho alguno la sagrada tierra de los argentinos, provocando enormes daños en vidas humanas y materiales. Que se apreste porque de no mediar su rendición incondicional, en diez minutos comenzaremos el asalto final.-
Volviéndose hacia los suyos, les dijo – Es hora de que truene el escarmiento-
Avanzaron resueltamente, y todo el pueblo los acompañó.


*** Fin del Sueño

14: Exocet

Los estruendos del desigual combate fueron escuchados hasta el último rincón de la ciudad, porque sin bien Caleta Olivia se había extendido considerablemente, no había dejado de ser una pequeña localidad provinciana.
Además no existía, salvo el ronco murmullo del mar tranquilo, ningún sonido que aminorara el seco estampido de los disparos ni las fragorosas explosiones de las granadas.
Toda la población escuchaba angustiada el estrépito que llenaba los oídos y el corazón. Pero el súbito silencio que de improviso se apoderó de la noche provocó un quiebre en la actitud de temor que hasta entonces los había tenido aferrados en sus casas.
Más allá de los que por su cercanía, estaban enterados del lugar del enfrentamiento, hasta en los barrios más alejados de la céntrica escuela se corrió la noticia del lugar en que había ocurrido el enfrentamiento.
Espacio dedicado al aprendizaje y a la educación, dentro de la conciencia del hombre común está, como los templos, exento de convertirse en escenario de actos de guerra.
Por eso el asombro fue dejando lugar a la indignación en la medida que rápidamente, palabra a palabra, grito a grito, gesto a gesto, la población se fue enterando de los detalles del hecho militar y de su abrumadora culminación.
Vecinos, familiares y amigos de los alumnos y profesores se fueron congregando tumultuosamente alrededor del edificio en llamas, que iluminaba la noche patagónica como un gigantesco foco.
Foco que atrajo a toda la población de Caleta, salvo a los que estaban imposibilitados de moverse.
El capitán que mandaba el contingente militar chino advirtió que si bien era lo suficientemente importante como para decidir el destino del desigual combate, resultaba harto insuficiente para contener la marea humana que pugnaba por acercarse al edificio que ardía acribillado por disparos y esquirlas, por lo que informó a sus superiores de la situación y solicitó se lo apoyara con adecuados refuerzos.
Las unidades chinas estacionadas en los alrededores de Pico Truncado poco podían aportar sin dejar abandonados sus objetivos, por lo que optaron por solicitar al Estado Mayor inglés de Comodoro Rivadavia dispusiera las medidas que con urgencia reclamaban desde Caleta Olivia.
También estaban en alerta máxima los combatientes locales que habían sobrevivido por haberse desprendido del grupo antes de llegar a la escuela. Eran apenas dos docenas de jóvenes a los que se incorporaron unos pocos que arribaron desde Pico Truncado cuando se enteraron de los hechos.
Alcanzaron asimismo a comunicar lo ocurrido a los puntos que debían ser alertados en ocasiones semejantes.
De tal modo fue que a las dos de la mañana, un agitado decano despertó por teléfono al licenciado Urpoli, transmitiéndole la frase que descodificada, requería su urgente presencia en el lugar.
Luego de informar del panorama a la “mesa chica” que estaba en Buenos Aires, fue conducido hasta Comodoro por baqueanos que utilizaron huellas y caminos secundarios solo conocidos por lo lugareños, ya que no los registraba ninguna cartografía. A la mitad de la mañana llegó a la casa segura que lo aguardaba.
Mientras esto ocurría, en el epicentro de los acontecimientos los integrantes de la resistencia local habían informado a toda la ciudad mediante una radio local, de los hechos ocurridos y de sus resultados; conclusiones a las que habían llegado mediante lógicas deducciones y por las observaciones directas que pudieron realizar.
Así toda la población se encontraba anímicamente soliviantada contra las fuerzas invasoras y dispuestas a enfrentarlas de cualquier modo, lo que fue hábilmente aprovechado por los combatientes, calmando a los más exaltados a fin de evitar un ataque alocado, a la par que insuflaban ardor patriótico y reconocimiento de su autoridad, recorriendo los grupos que espontáneamente se estaban reuniendo en casas particulares y en locales de las más diversas instituciones.
Este estado de ánimo se fue transmitiendo pueblo por pueblo y ciudad por ciudad de modo tal que en pocas horas toda la región patagónica estuvo poseída por un sordo furor que, advertido por las jefaturas de los dispersos contingentes de las Naciones Unidas los llevó a extremar sus propias medidas de seguridad para evitar ser blanco de la ira espontánea de la población, la que comenzó a manifestarse con algunas pedreas de las que fueron objeto pequeños grupos de soldados que no habían llegado a replegarse a sus cuarteles.
El general inglés atendiendo al requerimiento de su subordinado chino, que al fin y al cabo no había hecho otra cosa que obedecer la instrucción que había impartido pocas horas antes, decidió enviar una compañía de “paras” reforzada con un destacamento de marinería que se encontraba en la ciudad a la espera de embarcarse de regreso a Gran Bretaña.
Estimó más que suficiente esa tropa para imponer respeto a los inermes habitantes de la ciudad a la que se dirigían y por otra parte no deseaba disminuir demasiado las fuerzas de su comando central.
Mientras tanto al sur de Rada Tilly se estaban concentrando desde las primeras horas de la mañana, los pequeños grupos de combatientes de todas las localidades desde Rio Mayo hacía la costa, que se habían desplazado a la espera de los acontecimientos y que reunidos, conformaban una fuerza de singular poder de fuego.
Mimetizados en el terreno, velaban las armas mientras los enlaces iban y venían.
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También en los centros de poder afincados en Buenos Aires se había impuesto un desasosegado ajetreo.
La bolsa de comercio registraba una caída generalizada en la cotización de las acciones de las empresas locales relacionadas con la explotación de los yacimientos petrolíferos del sur o con el transporte de energía hacia los grandes centros urbanos del norte del país.
Ante lo que se manifestó como una incipiente corrida, los bancos cerraron sus puertas sin esperar resolución alguna de la autoridad pertinente.
Un incesante ir y venir de vehículos aéreos y de lanchas rápidas desde la imponente mole edificada río adentro evidenciada que los hechos que se estaban desarrollando muy al sur afectaban la velada actividad que se desarrollaba en el complejo edilicio.
La central de medidas electrónicas instalada en un viejo camión con apariencia de casa rodante, que con mucho esfuerzo y más ingenio había montado clandestinamente la resistencia, monitoreaba un incremento geométrico de tráfico informativo hacia y desde la central instalada en la torre de Babel.
La información interceptada fue re-enviada a la oficina que se avocó a descifrarla.


Mientras estos hechos acontecían, la “mesa chica” tomaba conciencia de la dimensión que podía dar a su lucha con la posesión y eventual uso del arma que había llegado a sus manos.
Cuando recibieron de Núñez la novedad, la incredulidad y la duda dejaron paso a la euforia después de que una prolija inspección corroborara que tanto parte electrónica como la cabeza explosiva y el combustible sólido que propulsaba el aparato, habían sorteado exitosamente el paso del tiempo.
Dos lanzadores con sus respectivos misiles habían pasado a formar parte del arsenal de la resistencia americana.
Inmediatamente se avocaron a elaborar todas y cada una de las estrategias que permitían el uso de estos sistemas de armas, para lo cual contaron con el invalorable asesoramiento técnico de dos ingenieros –uno de ellos militar- que conocían al detalle las características de estas.
-Este misil es obsoleto si se lo utiliza para atacar blancos militares actuales, ya que los radares de rastreo y adquisición de imágenes siguieron avanzando en sofisticación y alcance desde la época en que fue diseñado y construido-
- Pero tenemos la ventaja que las computadoras que dirigen los actuales sistemas de defensa anti-misilísticas seguramente no almacenan en sus memorias a este bicho dando por supuesto que ya no existen ninguno-.
-Recordemos que durante la guerra de Malvinas, los buques ingleses no atinaban a defenderse de los Exocet porque sus bases de datos los identificaban como misiles “amigos” ya que componían parte del arsenal de la NATO-
- Estos proyectiles fueron concebidos para ser disparados desde naves o aeronaves, y se desplazan sobre el agua. Están especialmente diseñados para afrontar las perturbaciones electromagnéticas del mar y tienen dispositivos especiales que evitan las interferencias de distinto tipo-.
Raúl, acompañado por dos de los ingenieros que habían inspeccionado los artefactos, instruía a los integrantes del estado mayor nacional sobre las características técnicas de los Exocet.
-Para ser lanzado desde tierra firme el lanzador debe ser ubicado a no más de treinta metros de la costa. Al principio, dirigido por la computadora de tiro, el misil se eleva, para luego bajar a unos dos o tres metros de la superficie acuática, mediante un radioaltímetro-.
-El radar de puntería ubicado en la cabeza del misil recién empieza a funcionar en los últimos segundos del vuelo, que se realiza a una velocidad aproximada a los mil kilómetros por hora. A partir de ese momento el misil es guiado hasta el punto de impacto por los “ecos” que produce el mismo blanco-
-Por las dimensiones de los lanzadores, lo ideal será contar con un camión tipo mudadora para cada uno, lo que además aumenta la seguridad en caso de que por cualquier motivo, pudiéramos perder uno de ellos-
La reunión fue interrumpida por la llegada de un correo que alcanzó un minidisco a uno de los asistentes quien acercándose, susurró algo al oído de Bocha. - Será mejor –dijo este- que continuemos el análisis técnico después de estudiar esta información.-
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-Nuestros análisis, nuestra información y nuestras peores hipótesis se han confirmado- comenzó diciendo Bocha ante su reducido y atento auditorio.
Una cincuentena de personas, hombres y mujeres maduros la mayoría, lo escuchaba atentamente. Entre ellos, una docena de jóvenes de alrededor de treinta y pico de años se destacaban por la determinación que irradiaban sus rostros.
Sus miradas reconcentradas no denotaban exaltación ni fanatismo. Antes bien, una madura seguridad aureolaba sus rostros, lo que contrastaba con la juventud que ostentaban dentro del grupo general.
-Las teleconferencias que pudimos interceptar no dejan lugar a dudas. Esta operación fue planeada con mucha antelación. Décadas diríamos sin temor a equivocarnos. Lo que actuó como disparador fue el “Proyecto Tehuelche”, que vino a integrar efectivamente al dominio político y económico del país una zona que hasta entonces era argentina solo en los papeles.-
-El proyecto, que fue la manera de sacar al país de la postración espiritual y anímica en la que se encontraba, interfirió el plan mundialista de creación de un nuevo estado patagónico como nueva capital del mundo, del cual la instalación de la torre Babel era símbolo visible de la traslación al hemisferio sur de los centros de decisión.-
- De esa manera solucionaban también el gravísimo problema que le ocasionaban los israelíes apátridas, porque podían reubicarlos masivamente en una nueva “tierra prometida”.-
- Si con el “Proyecto Tehuelche” no se hubiera revertido la decadencia y la disgregación de nuestra sociedad, sin duda gran parte de nuestra población, harta de los desastres de las dirigencias locales, se hubiera entregado contenta a los nuevos conquistadores, si les prometían poner orden y terminar con la corrupción generalizada.-
- En otra escala, hubiera sido similar –por ejemplo- al proceso de vaciamiento del sistema ferroviario, que se hizo adrede para que la gente renegara del mismo, y pidiera que lo regalaran a cualquiera que prometiera mejorarlo. Bueno, Menem lo regaló y lo poco que quedó, andaba igual o peor que cuando era estatal, pero ya no había vuelta.-
- Aunque el gobierno no hubiera rescatado las políticas minera y petrolera, hubieran inventado cualquier otra excusa, porque por alguna razón política, cósmica, climática o esotérica, desde hace más de treinta años vienen avanzando, poco a poco, hacia este hemisferio, preparando su aposentamiento.-
- No son sionistas, pero se valen del sionismo; no son masones ni franc-masones, pero utilizan esas organizaciones; han superado las etapas del Bildelberg y de la Comisión Trilateral; tienen un pié dentro del poder vaticano y manejan hasta la Corona del imperio británico; son dueños y señores de la finanza, la técnica y la información.-
- Y lo que resulta paradójico, tenemos una de sus sedes principales frente a nuestras narices, funcionando como un estado aparte.-
- Señores: los argentinos avanzamos alegremente en el camino de la autodestrucción durante décadas. Hoy estamos enfrentados a un desafío que puede ser definitivo para nuestra sociedad tal como la conocemos y queremos.-
- Cualquier cálculo de fuerzas que no contemple el espíritu, nos es tan desfavorable que parecería suicida intentar algo que no fuera una rendición incondicional. Pero toda nuestra vida estuvimos convencidos que La Argentina tiene una misión que cumplir en la historia, más allá de generar vacas y cereales.-
-Ahora es el momento de decidir nuestro destino; el de los que estamos reunidos, de las organizaciones que representamos y el de todos nuestros compatriotas, que por lo que podemos ver, no están dispuestos a dejarse tragar con solo abrir la boca.-
Dicho lo cual se sentó cediendo la palabra a otro de los asistentes, un joven de aspecto aindiado que tranquila y pausadamente informó sobre la organización de la resistencia en el noroeste del país, afirmando cuando concluyó, que el movimiento resistente contaba con el claro apoyo de la opinión de la gente del común y que la estructura organizativa estaba fraguando aceleradamente.
Una mujer de edad mediana que había militado toda su vida en organizaciones sociales del conurbano bonaerense expresó su convencimiento que la población en general, y los sectores más humildes en particular, estaban completamente esclarecidos con lo que habían visto de la invasión, y no dudaba de que aclamarían y seguirían al unísono una propuesta nacional aunque implicara lucha y sacrificio, porque precisamente eran las conductas a las que estaban habituados.
Otros integrantes del grupo, que provenían de diversos puntos del país aportaron informes y opiniones se similar color, hasta que Pepe Castiñeiras se puso de pie.
-Con el Indio venimos de recorrer prácticamente todas las principales concentraciones del gran buenos aires. Adonde no pudimos llegar, mandaron emisarios para decirnos –todos- que hay que levantarse con lo que podamos y si hay que ir caminando hasta Santa Cruz, que vayamos – expresó.
-Pero todos sabemos que toda la lucha que los nuestros están dando en el sur puede condicionar la situación, pero no puede decidirla. Porque si el centro del poder enemigo está acá, la batalla principal la tenemos que dar acá.-
-Por eso propongo que, si estamos de acuerdo, dejemos en manos de los compatriotas que hasta ahora nos han conducido, para que tomen la decisión que estimen mejor corresponda y después cada uno en su lugar, irá al frente hasta el último aliento.-
La aprobación de sus palabras cerró la reunión, y los asistentes se dispersaron tratando de pasar desapercibidos entre los transeúntes que se apresuraban a regresar a sus hogares después de una jornada de trabajo.*

13: Operaciones de limpieza

El radiograma en el cual Beresford ordenaba a sus lugartenientes chino e israelí ejecutar las operaciones policiales “de limpieza” necesarias para apaciguar el territorio sujeto a administración de la O.N.U. se cruzó con el que le informaba el ataque sufrido por los judíos en la precordillera, y la casi segura captura del jefe del contingente.
Los israelíes que llegaron a la zona del combate habían hallado los cuerpos de los caídos de ambos bandos, entre ellos el del jefe guerrillero, circunstancia ésta que permaneció desconocida para los soldados de la “task force”.
De su máxima jerarquía local – el coronel Itzjak Rosenson- no había rastros.
La noticia conmocionó a la fuerza expedicionaria. Un proyectil de mortero del ochenta y uno que hubiera acertado en caer en el Estado Mayor aliado no hubiera provocado conmoción similar.
De hecho la onda expansiva llegó de inmediato hasta Tel Aviv y Nueva York.
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El camino que une la ciudad costera de Caleta Olivia con la petrolera Pico Truncado era recorrido asiduamente por tropas chinas e inglesas, estas últimas asentadas un poco más al norte, en Comodoro Rivadavia.
También era la zona de operaciones de un grupo de irregulares argentinos compuesto por un curioso abanico humano. Estaba encabezado por Dina Bonfanti, Directora de la Escuela Secundaria Mixta recientemente construida en las afueras de Caleta, mujer treintañera, enérgica y de armas llevar, habituada a cazar de a caballo, al puma cordillerano y al jabalí que todavía se cría salvaje en los veriles del río Negro.
Algunos malintencionados que nunca faltan atribuían su soltería precisamente a esas condiciones de su personalidad.
Pero ella volcaba su capacidad de amor hacia sus alumnos quienes, respetándola seriamente, manifestaban a quien los quisiera oir, que era una “dire super piola”. Había arrastrado a varios profesores de su escuela y una docena de alumnos del último año.
El grupo estaba integrado también por dos jóvenes médicos del hospital local que se habían ganado el corazón del pobrerío caletense por su calidad humana y profesional, atendiendo a todo aquél que requiriera sus servicios, más allá de las horas de guardia y de los turnos. Los dos reconocían el don de mando de “la profe”.
En el otro “batallón” como presuntuosamente se autodenominaba un grupo que no pasaba de ser una patrulla reforzada, confluían varios técnicos y obreros petroleros de una empresa local, quienes habían sido adiestrados sumariamente en las artes militares por Jorge Paonessa, joven gendarme retirado de su fuerza años atrás por haber perseguido con demasiado ahínco a una banda que contrabandeaba oro por el estrecho de Magallanes.
Aparentemente el entonces gobernador santacruceño tenía otros intereses y opiniones.
Pacientemente habían observado los desplazamientos de los chinos y de los ingleses. Conocían sus horarios, hábitos y vehículos.
Hasta ese momento, sus actividades se habían limitado a plantar algunas minas que estallando al paso de un vehículo militar, ocasionaba bajas poco verificables.
Envalentonados, planificaron una operación que tenía un ambicioso objetivo: aniquilar o rendir la mayor cantidad de soldados enemigos y luego trasladar los prisioneros a unos antiguos piletones que décadas atrás habían sido utilizados para almacenar petróleo en medio de la barda desolada los que, adecuadamente enmascarados, eran una cárcel difícilmente detectable desde el aire.
La operación debería aprovechar la penumbra vespertina, que en esa época del año sucedía poco antes de las veintiuna horas.
Para retrasar el paso de los británicos que regresaban a su acantonamiento luego de patrullar el desierto, decidieron volar un puente carretero que franqueaba el paso vehicular sobre un profundo cañadón, al oeste del punto elegido para el ataque, ya que el desvío obligado para vadear el accidente los llevaría a una huella que solo transitaban algunos petroleros, sobre la que prepararon el asalto.
Contrariamente a la táctica utilizada por las fuerzas que operaban en la cordillera, no recurrieron a los misiles tierra-tierra, sino solamente contra la camioneta que precedía la columna, pues ese vehículo portaba una ametralladora pesada calibre 12.7 mm. y el sistema de comunicaciones que debían neutralizar de un primer momento.
Una vez destruido dicho vehículo, intimaron la rendición del resto de la patrulla, apurando la decisión con dos impactos de mortero que cayeron a pocos metros de cada uno de los dos camiones enemigos.
La repentina aparición de un helicóptero artillado que había sido enviado desde Comodoro Rivadavia en apoyo de la tropa británica cuando esta informó de la necesidad de apartarse del camino prefijado por la voladura del puente, puso al operativo a un tris del desastre, ya que su presencia dio momentáneos ánimos a la tropa que por lo visto no estaba demasiado ansiosa por dejar sus huesos tan al sur.
La tripulación del aparato alcanzó a informar a su base que se encontraba en presencia de una emboscada, antes que la aeronave fuera alcanzada de lleno por un proyectil hábilmente disparado por Juan Carlos, quien como obstetra, había ayudado a parir a las mujeres de varios de sus compañeros de aventura.
En esa ocasión hizo “parir” a los invasores.
Privados de sus mandos, las dos docenas de británicos se rindieron de inmediato, y en calidad de prisioneros de guerra, fueron trasladados -a la carrera- hasta los piletones que estaban a pocos kilómetros del lugar, donde quedaron asegurados por unos pocos argentinos que allí los esperaban.
El resto de la tropa nacional, luego de enterrar nuevamente la mayor parte de su equipo, se retiró hacia Caleta, desperdigándose a medida que se adentraban en la ciudad.
Mientras tanto había llegado al lugar del combate otro helicóptero de la O.N.U. que transportó varios oficiales de inteligencia que se abocaron a rastrear e identificar al grupo atacante.
Precisamente el rodado de uno de los vehículos utilizados por los combatientes argentinos, que fue rápidamente individualizado por el banco de datos del que disponían, los llevó a buscar en las dos ciudades aledañas las camionetas que usaran esos neumáticos.
La premura con que actuó la inteligencia inglesa impidió a los argentinos concluir la operación de enmascaramiento prevista, la que se reducía a cambiar las cuatro ruedas utilizadas durante el hecho, por otras diferentes.
La nula logística vehicular de la tropa local obligaba a recurrir a esas tretas.
Cuando un fuerte contingente chino se presentó en la Escuela Media, aún se estaba dictando la última hora del curso nocturno, al que también concurrían los obreros de las petroleras circundantes y los empleados de la ciudad.
En la vivienda de la Directora, anexa al edificio escolar, estaban Dina, los dos médicos y Jorge el gendarme.
Cuando el alumnado advirtió el operativo, se abalanzó por los pasillos y se opuso al paso de los militares enemigos, enfrentándolos a mano limpia o improvisando armas de golpe con los caños que quitaron a bancos y pupitres escolares.
De inmediato se produjo una refriega generalizada en la que menudearon golpes de estaca y culatazos, la que se detuvo un momento cuando una ráfaga de ametralladora paralizó a tirios y troyanos.
En la escalinata de ingreso, en medio de un charco de sangre, se revolcaban Manuel, el portero y casero de la escuela y su hijo Roque, que cursaba el primer año del ciclo medio.
Tras un instante de estupor, un solo grito de furia se avalanzó como un animal de mil cabezas, contra los soldados invasores, quienes respondieron con sus armas automáticas mientras los argentinos se parapetaron en el interior del edificio.
Los cuatro guerrilleros argentinos más un par de estudiantes que alcanzaron a desarmar a sendos soldados chinos, respondieron el fuego hasta donde le alcanzó la munición.
El mayor que comandaba la tropa de la O.N.U. requirió instrucciones a su superior, el que había recibido esa mañana el radiograma de Beresford que ordenaba la “limpieza” del sector.
El coronel Tsing, imbuido del espíritu sanguinario que un siglo atrás había animado a los batallones chinos rojos que bajo las órdenes del Comisario Político León Bronstein sembraron el terror entre los campesinos de Ucrania, dispuso intimar la rendición de todos aquellos que estaban en la escuela y fusilar de inmediato a aquellos que portaran armas. “Y si no se entregan, mejor”, pensó.
La intimación perentoria lo fue por dos minutos.
Antes que Dina y los suyos pudieran adelantarse para entregar sus armas, los infantes de la O.N.U. abrieron fuego sobre alumnos, guerrilleros y profesores, completando su tarea con granadas incendiarias.
El exterminio fue total, absoluto, implacable.*

12: Un galpón de Lomas de Zamora

Instalado en una cabaña de los alrededores de Trevelín, Salvador Nielsen (h.) continuaba reponiéndose de sus fracturas.
Había vuelto a trabajar en su nota y con el resultado de las extensas conversaciones mantenidas durante su forzado descanso, enriqueció el material que celosamente guardaba en su computadora, la que felizmente había resultado intacta cuando la explosión de una mina terrestre casi lo manda al otro mundo.
La captura por parte de la resistencia del comandante del contingente israelí, coronel Rosenson, era una rotunda y muy sabrosa frutilla que coronaría el trabajo periodístico que le había encomendado el multimedio francés.
Releyó su obra y preparó las copias de seguridad. Gabriel y Martina habían recibido una cada uno para que la entregaran a un colaborador en Buenos Aires.
Dos días después las primeras planas de los principales diarios del mundo dedicaban generoso espacio con importante tipografía a la noticia de la captura del coronel israelí, cuya fotografía había sido proporcionada por la “oficina de prensa” de la Resistencia Americana, denominación que comenzaba a ser utilizada por la prensa mundial para referirse a los irregulares que accionaban en el sur del territorio argentino.
La imagen estaba presidida por dos amplios pabellones desplegados de fondo; la bandera argentina azul y blanca con el sol incaico en el centro de su campo medio y una nueva, desconocida hasta el momento, que sobre un fondo azul turquí destacaba un amplio círculo blanco en el que destellaba una Cruz del Sur colorada.
Rosenson aparecía con semblante abatido, portando los vendajes que cubrían sus heridas del hombro y pierna derechos.
En su pecho colgaba un prolijo cartelito que en castellano e inglés decía “Itzjak Rosenson, coronel. Criminal de Guerra”.
Un comunicado de la “oficina de prensa” anunciaba que el prisionero a quien se le imputaban gravísimos cargos, sería sometido a juicio sumario por las fuerzas que lo habían capturado.
Además agregaba fotografías tomadas en el lugar del combate mostrando los cuerpos de los caídos, algunos de los cuales estaban calcinados, lo que sumaba dramatismo a la noticia.
El recientemente elegido Secretario General de la O.N.U., el indio Brahmma Putra consideró desproporcionada la cobertura periodística mundial a lo que consideró un incidente menor dentro de un teatro de operaciones amplio y complejo.
Educado en la Escuela de Relaciones Internacionales de Oxford y conspicuo miembro del Council of Foreign Relations había adquirido esa actitud –la flema- que tanto ponderan los británicos en los perdedores de las partidas de póker.
No pensaba de la misma manera el “lobby” judío que – contrariamente a lo que había dispuesto el gobierno israelí- consideraba un grave desacierto el envío de un cuerpo expedicionario de esa nacionalidad al pedido de la O.N.U.
La influencia de éste grupo se hizo sentir en los medios de prensa, que comenzaron a insinuar que la decisión del organismo internacional había sido precipitada e inconsulta.
Lógicamente estos pareceres eran atribuidos por los medios de prensa a “portavoces de influyentes sectores” o a “importantes especialistas” que nunca identificaban, pero que contribuían a sembrar dudas en la opinión pública mundial.
Por otra parte, en las ciudades suramericanas más importantes habían aparecido más o menos espontáneos “Comités de solidaridad continental”, esta vez enfilados a proporcionar ayuda a los argentinos agredidos y se habían desarrollado tumultuosas manifestaciones de apoyo que generalmente terminaban con una pedrea a las embajadas inglesas, israelíes y chinas y la consiguiente represión de las policías locales.
También resultaba atacada la sede diplomática norteamericana pese a que tal país se había mantenido formalmente al margen del conflicto militar, aunque su representante había votado afirmativamente cuando se debatió la intervención militar de la O.N.U.
A medida que a través de la “Oficina de Prensa” de la Resistencia Americana se conocía el arrojo y valentía de los combatientes argentinos – a los que se habían sumado varios grupos de otros países hispanoamericanos- mayores demostraciones de simpatía popular para con la causa continental se exteriorizaban en todo el continente, pese a la anodina actitud de la mayor parte de los gobiernos de la región.
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Ya en Salta, Gabriel Núñez retomó sus actividades de relevamiento faunístico, internándose en los cerros al norte de Cafayate, con su mochila, cámara y computadora.
Sin embargo pocas horas después, a bordo de un camión que transportaba pimientos morrones de producción local hacia Buenos Aires, cuyo conductor había sido previamente alertado, viajaba como acompañante para reincorporarse a la resistencia.
El día siguiente, sábado, abandonó el vehículo cuando este atravesaba Garín, tratando de llegar al centro de las operaciones por medio de transportes colectivos suburbanos.
Estaba “quemado” por la exposición pública a la que fue expuesto a raíz del grave incidente que protagonizó en la precordillera, obligándolo a redoblar las medidas de seguridad en todo cuanto hiciera.
Una cosa era que hubiera podido justificar las heridas frente a una autoridad policial apocada, y otra muy distinta era que pudiera engañar a quienes habían tratado de eliminarlo físicamente.
Por ello no se dirigió a ninguno de los puntos de contacto que usualmente se abrían cuando alguien conocía la contraseña correspondiente. Decidió que iría al domicilio de Raúl quien vivía en la zona norte del gran buenos aires.
Mientras tanto se alojó en una pensión barata del barrio de Mataderos donde años atrás hacían noche los transportistas de ganado que llevaban reses hasta el ya desaparecido Mercado de Liniers cuando alguna circunstancia del camino les impedía el inmediato retorno a su pueblo de origen.
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La idea le había surgido meses atrás, cuando la invasión multinacional a la Patagonia sorprendió a la mayoría de los argentinos.
Desde entonces le dada vueltas y más vueltas en la cabeza y si bien había decidido que hacer, no encontraba la forma de materializar su decisión.
Si bien sabía que su padre, fallecido hacía más de una década atrás, había desarrollado una muy intensa actividad política que lo había llevado, en su juventud, a sufrir largos años de prisión, él mismo nunca se había sentido inclinado a imitarlo.
Estanislao Araujo siempre se había dedicado por entero a su familia y a su profesión.
Cuando siendo soltero llegaba al domicilio paterno y encontraba una de las tantas reuniones políticas que allí se realizaban, simplemente la esquivaba.
Ahora intentaba ubicar a alguno de los viejos amigos de su padre que –suponía- podrían ayudarlo a concretar su decisión.
La indignación que le colmó el ánimo cuando el país fue invadido, lo había sacado de su indiferencia hacia todo aquello que excediera su vida personal y familiar.
Era el único conocedor de la existencia de algunos elementos que –creía- podían ser utilizados por los que resistían al invasor.
La única persona a la que había confiado sus intenciones era a Mercedes, su esposa quien contrariamente a lo que esperaba, lo había apoyado cariñosa y fervorosamente.
Esa noche mientras tomaban un café en la confitería de Boyacá y Rivadavia en la que habitualmente terminaban su despreocupada “vuelta del perro”, al distinguir un rostro con el que lo había familiarizado la imagen reiteradamente repetida por los noticieros de la televisión y por los diarios, los latidos de su corazón se aceleraron bruscamente.
Sin ningún tipo de disimulo se esforzó por confirmar dentro de su memoria, si el rostro que recordaba era el que tenía frente a él, mesa por medio.
La fijeza de su mirada y los cuchicheos con su esposa, llamaron la atención del sujeto observado.
Fue esta situación la que llevó a Gabriel – cuando su hipersensibilizado sistema de autoprotección generó una “alerta roja” al advertirse identificado por extraños- a abandonar el lugar y comenzar a caminar hacía Caballito.
Tan ofuscado estaba mientras caminaba que no advirtió cuando, pocas calles más adelante, la pareja que generó su alarma lo sobrepasó en un pequeño vehículo particular que se detuvo junto al cordón de la vereda por la que él mismo caminaba antes del siguiente cruce de calles.
Cuando escuchó que desde un automóvil lo llamaban por su nombre quedó paralizado por un instante.
Si lo estaban esperando para completar la tarea de eliminación física que el azar impidió anteriormente, estaba perdido. Si así no era no podía ignorar el llamado, ya que si lo nombraban era porque lo conocían.
Decidió acercarse al rodado que estaba detenido a pocos metros de donde se encontraba, tanteando el arma que llevaba en el bolso que colgaba en bandolera de su hombro.
El desconocido que lo llamó descendió del auto y tendiéndole su mano derecha le dijo – Gabriel, sé quien sos, conocí a tu padre. Te reconocí por las fotografías tuyas publicadas en los diarios y en la televisión cuando te balearon en el sur. Estás entre gente amiga-.
Sin abandonar la precaución, Gabriel prestó atención al hombre que le hablaba y dijo llamarse Estanislao mientras le presentaba a su mujer, Mercedes. Inmediatamente le dio todo tipo de datos corroborables por su memoria familiar tratando de ganarse su confianza.
Mientras escuchaba Gabriel pensó – Perdido por perdido, veré donde termina esto- y le siguió la conversación, pero sin aventurar ni una coma sobre su principal actividad.
Por el contrario quienes se expresaban abiertamente y sin atisbo de precaución, eran sus ocasionales contertulios por lo que no le costó ningún esfuerzo deducir que ambos daban por sentado que él, Gabriel Núñez, formaba parte de la resistencia.
Sin dejar de caminar bordeando Rivadavia, Estanislao le confió – Nuestros viejos eran muy amigos. Recuerdo cuando el tuyo visitaba mi casa paterna, principalmente cuando mi papá, Wenceslao, enfermó. El tuyo lo acompañó hasta el último día, cuando mi viejo murió hace más de diez años.-
Después de una hora larga de conversación que les permitió superar el hielo inicial, Mercedes le confió – Tenemos algo que estamos seguros te va a interesar mucho, pero eso tenés que verlo vos personalmente, y ahora no es posible. Pero si nos encontramos mañana, podrás sacar tus propias conclusiones.-
-Porque no se si estás enterado que una de las cosas más importantes que hizo mi suegro en 1982, durante la guerra contra Inglaterra, fue organizar la ayuda que desinteresadamente prestó el que ya entonces era conductor de la Revolución Libia, el coronel Khadaffy, con quien mantenía amistad y relaciones comerciales-
Se despidieron habiendo acordado encontrarse el la plaza Pueyrredón al día siguiente. Gabriel pensaba – Total, estoy quemado y jugado. Lo peor que pase, no va ir más allá de mi y en una de esas, de tanto misterio sale algo por lo que valga la pena correr el riesgo.-
No obstante, al volver a su pensión luego de dar innumerables vueltas para comprobar que no era seguido, escribió una esquela resumiendo el encuentro y anticipando la cita del día siguiente.
Cuando el domingo se encaminó para Flores, con unas monedas pagó el franqueo en una de las máquinas automáticas que estaban instaladas cerca de las estaciones de tren, y depositó en el buzón la carta dirigida a Raúl.
Al llegar puntualmente al punto acordado verificó con satisfacción que ambos llegaban al mismo tiempo. Abordando el auto conducido por Estanislao y acompañado por su mujer, se encaminaron por Rivadavia hacía el bajo.
El conductor se mostraba tan locuaz como en la víspera. Apenas comenzado el viaje le anticipó – Vamos hasta un galpón en Lomas de Zamora, que es de mi familia desde hace muchísimos años, en el cual solían estacionar mercadería que llegaba del exterior, para después distribuirla en las provincias. Pero no se usa desde hace bastante tiempo, porque quedó a trasmano de las autopistas, y no es conveniente seguir usándolo para almacenaje-
-Pero yendo al tema. Cuando la guerra de 1982 cerró todas las puertas comerciales en las que La Argentina adquiría armas y repuestos, únicamente continuaron abasteciéndonos Israel, que proveía partes de los aviones cazabombarderos Dagger que había vendido a nuestro país y por otra parte Libia, que lo hizo gratuitamente, enviando varios aviones de Aerolíneas que fueron acondicionados como cargueros, repletos de misiles de infantería, aire-aire y lo que vas a ver ahora-
-La carga de los primeros vuelos fue remitida de inmediato a las islas. Pero el último llegó al país prácticamente cuando todo estaba prácticamente concluido, así que su carga quedó en el continente-
-El desorden que ocurrió cuando después de la rendición en las islas las fuerzas armadas expulsaron a Galtieri de la presidencia, permitió que mi viejo evitara la entrega de esa bodega y con la ayuda de algunos amigos, oficiales de la fuerza aérea, se generó en los papeles, un vuelo hasta Malvinas que nunca existió, y la carga de ese último Boeing se contabilizó como caída en poder de Gran Bretaña y luego perdida en un gran incendio que ocurrió en Puerto Argentino dos o tres días después del fin de la guerra. -
-Y desde entonces su contenido está bajo custodia de mi familia, en el galpón al que estamos llegando-.
Mientras hablaba Estanislao llegaron por la avenida De la Federación (antes Rivadavia) hasta la Gral. Paz y después de cruzar el Riachuelo por el viejo puente La Noria buscaron la arteria que los llevó hasta las Lomas de Zamora donde se detuvieron ante un importante galpón que distaba a un par de cuadras de la avenida principal, en una zona predominantemente industrial.
A esta altura, la ansiedad se había apoderado de Gabriel, quien mantenía, no obstante, una actitud parca, ya que toda prudencia había sido abandonada.
Al llegar, fueron recibidos por el cuidador del depósito y de su contenido, el ingeniero Luis Sívori, quien había velado largos años por el buen estado del material que le había sido confiado.
En el interior del depósito advirtió que reinaba el orden y la limpieza, destacándose las moles de dos contenedores de los usualmente utilizados para el transporte de ultramar.
Acercándose a los mismos, Estanislao quitó los candados que impedían la apertura de las puertas de uno de los grandes receptáculos, y su contenido quedó a la vista. Un impresionante sistema de armas dormía desde décadas atrás en un solitario galpón del sur del conurbano bonaerense.
La inconfundible visión de un lanzador del misil Exocet MM38 similar al utilizado en las postrimerías de la guerra de 1982 para atacar desde tierra a los buques ingleses causándole grandes daños y numerosas bajas, dejó a Gabriel sin aliento.
Sin que pudiera recuperarse de la sorpresa, se enteró que el contenedor gemelo tenía idéntica carga.
-Esta es mi contribución para la Resistencia- dijo Estanislao.
El corazón de Gabriel palpitaba de modo que temió que su pecho estallara a cada momento.*

11: La teniente Judith

Esta misión tenía sus bemoles para la hermosa primer teniente Judith Ossietinsky.
Por un lado, debía desempeñarse como ayudante de campo del comandante del contingente israelí en operaciones en La Argentina bajo la bandera de Naciones Unidas, coronel Itzjak Rosenson, lo cual había multiplicado exponencialmente sus responsabilidades.
Se sabía examinada permanentemente no solo por sus superiores, sino por los responsables políticos de la misión, que supervisaban todo desde Washington, y por las jefaturas militares de los otros contingentes, siempre atentos para utilizar cualquier fallo o error de sus “camaradas de armas” para el beneficio de su propia bandera, aunque esta se limitara a una divisa en la manga derecha de su uniforme de combate.
Esos pequeños egoísmos cuarteleros formaban parte de la impedimenta de todos los ejércitos del mundo.
Por otra parte, desde que se le comunicó la misión que debía integrar, el desasosiego la acompañaba permanentemente. Era su primera misión de combate fuera de los escenarios de guerra a los que ya estaba habituada, cercanos a las fronteras israelíes. El destino la llevaba al país del cual procedía, en lo inmediato, su familia.
Los Ossietinsky habían llegado a La Argentina procedentes de Polonia, huyendo de los progomos de los campesinos eslavos.
Apenas llegado, su abuelo fue “cuentenik” dedicándose –valija en mano- a la venta a domicilio de todo tipo de chucherías, y ropa por encargo. Años después instaló en el Cruce Cautelar, un poblado arrabal del partido de Moreno – su barrio- una modesta mercería que llamó “La Sarita” que atendía diligentemente su mujer, Sara, mientras él en persona se encargaba de las compras mayoristas en la capital, y de las cobranzas a los clientes.
Era un buen judío don Jacobo, decían los vecinos. Nunca negaba un fiado y en alguna ocasión, había pagado los remedios que necesitaba el pequeño hijo de una clienta y que el hospital municipal no le entregaba. Se había hecho querer.
Su padre Rubén, se había educado en la escuela pública del vecindario y era uno más de los muchachos que iban a bailar a San Miguel los sábados, para disgusto de su padre, que sin ostentaciones conservaba su fé mosaica como el don más preciado.
Su familia era un típico exponente de la armoniosa asimilación que se daba en La Argentina para con los más distintos grupos étnicos, culturales y religiosos.
Para bien y para mal, los Ossietinsky se comprometieron con el destino de su país de adopción. Incluso uno de sus tíos había muerto combatiendo en la guerrilla, en 1977.
Como parte de ese mismo pueblo sufrió los avatares de la política y la economía local porque las virtudes familiares- el ahorro y la buena administración- no podían impedir las consecuencias de las desastrosas políticas públicas. Pese a todo, su familia prosperó y era propietaria – luego de mucho esfuerzo- de una importante tienda.
Por eso Judith lloró junto con su madre, cuando las turbas incendiaron y saquearon el establecimiento junto con todos los comercios de la zona, cuando -a fines del año 2001- se produjeron en todo Moreno los tumultos que fueron el principio del fin del gobierno radical.
Así fue que sus padres se vieron obligados, como tantos otros argentinos, a buscar afuera del país un destino más previsible.
El de su familia fue Israel, tierra prometida que les ofreció trasladarlos, otorgarles vivienda, trabajo para sus padres y una escuela para ella, entonces de ocho años.
El día anterior a partir se había despedido triste, de las tumbas de sus abuelos en La Tablada y emocionada de sus amigos y compañeros, entre ellos de Américo, el correntinito que se le había “pegado” desde el primer día del pre-escolar y que fue su permanente compañero de juegos y paseos. Había sido el primer varón que elogiara sus ojos verdes y las pecas que tanto la afligían.
Todavía hablaba con fluidez el castellano “argentino” tanto como el hebreo y leía –desordenada y apasionadamente- los libros que le llevaban los viajeros que, entre sus amistades israelíes, frecuentemente venían a La Argentina.
Precisamente en su morral porta mapas tenía a medio leer, dos clásicos: el libro de Lieberman sobre la historia de la inmigración judía a este país y “Adan Buenosayres”.
Los recuerdos y sentimientos adquiridos durante su experiencia militar, ligada a la conquista o a la defensa de un territorio concreto, se mezclaban en su mente y su corazón con el llamado del “espíritu de la tierra” al que ambos autores hacían reiteradas referencias en sus obras, como inspirador de hábitos y culturas a quien la habite y ame.
No llegaba a enteder el concepto del dichoso “espíritu”. ¿Era el de la vieja Polonia donde los Ossietinsky vivieran durante siglos o el de la tierra que recibió a sus abuelos y de la cual ahora formaban parte física? ¿Sería por lo cual ella y sus camaradas peleaban desde décadas atrás o el que hacía que los palestinos resistieran aferrados a su miseria?
Cuando concluyó su educación media y antes de integrarse a la milicia, había viajado con ánimo turístico, a visitar a los familiares que todavía residían en La Argentina y había aprovechado para conocer la cordillera sur, paraíso del cual se hablaban maravillas en todas partes.
Los días que duró su “tour” constituyeron uno de sus mejores recuerdos, tanto por la amabilidad de sus ocasionales compañeros de viaje, como por los hermosísimos paisajes que admiró y llevó en sus retinas cuando regresó a Israel.
Sentía alivio de no tener mando de tropa. Sus actividades en el Estado Mayor judío o los enlaces con sus similares inglés y chino le permitían ver todo como un gran ejercicio, muy realista, pero del cual no cabe esperar bajas, dolor ni muerte.
El coronel Rosenson, luego de recibir duros mensajes desde Tel Aviv, decidió reconocer personalmente el sitio en el que habían sido emboscados sus soldados días antes, kilómetros más allá de la villa Futalafkén y Judith lo acompañaba junto a otros oficiales.
Vestía esta vez su casaca de combate y además de la pistola de reglamento, llevaba su fusil ametrallador.
El aire diáfano de la mañana y la belleza del entorno conspiraban contra la concentración a la que obligaba el hecho de desplazarse en territorio hostil.
Quizá por eso demoró una fracción de segundo más en advertir, cuando el vehículo que precedía al propio fue literalmente volatilizado por el impacto de un misil, que no se trataba de un ejercicio, sino de una situación real.
Años de entrenamiento le permitieron –sin pensar ni hesitar- abandonar el vehículo y buscar cubierta en un alerce contra el fuego de fusilería que inmediatamente se desató alrededor de los otros móviles que componían el convoy.
Alcanzó a ver a los combatientes enemigos que apareciendo del bosque contiguo, dispararon contra su jefe hiriéndolo.
Ella misma se encontraba en la línea de fuego del atacante y respondió con una corta ráfaga contra ese rostro de ojos achinados que le recordó – o creyó que le recordaba- a un palestino que la había atacado en Cisjordania y acabó muerto por su gente.
El quejido del herido se mezcló con su propio grito, cuando sintió que algo le quemaba pecho y vientre. En anteriores combates nocturnos había contemplado los surcos que las balas trazadoras dejan en la oscuridad. Ahora sentía su calor en el cuerpo.
Mientras su conciencia comenzaba a abandonarla lentamente, advirtió que el combatiente que ella hiriera debió haber sido el jefe del grupo, pues los guerrilleros que intentaban auxiliarlo lo llamaban “capitán”.
El capitán agonizaba, y una mancha se extendía bajo su cuerpo, formando sobre la tierra una sola, grande y única mácula roja con la sangre de su matadora y víctima.
La baja temperatura hacía brotar de esa tierra empapada un tenue vapor.
Al ver los hilos de humo que se elevaban del suelo en el que apoyaba su rostro se dijo a si misma “este es el espíritu de la tierra”.
Mientras cerraba los ojos, un último destello de su cerebro le recordó en la cara del capitán que moría a su lado, la de su compañero de juegos infantiles, el correntinito Américo Santillán.
En pocos minutos el combate había concluido. Los suramericanos se retiraban con sus heridos y con los prisioneros israelíes que habían tomado.
Acallado el último eco de los disparos y los gritos de ataque y dolor, volvía a imponerse el silencio apenas roto por el susurro del viento entre los árboles.*

10: Los túneles

Mientras que en la zona cordillerana la época estival permitía a las fuerzas resistentes utilizar los enormes bosques para cubrir sus desplazamientos, la estepa de la patagonia central y costera desnudaba todo movimiento de personas, obligando a los nacionales a utilizar otros sistemas para encubrir sus movimientos y hostigar a las fuerzas de la O.N.U. con un margen aceptable de supervivencia.
Durante el corto período de tiempo durante el cual prepararon el terreno para una invasión que se estimaba muy probable, como efectivamente sucedió, Raúl había visitado la zona y mantenido extensas y febriles reuniones con los que, poco tiempo después, serían líderes de los distintos grupos combatientes.
En esas reuniones explicó la doctrina militar que entendía como adecuada para las actividades futuras.
La desolada barda patagónica debía convertirse en cuartel, arsenal y refugio de las futuras unidades combatientes.
Se previó como muy probable el desplazamiento de fuertes contingentes militares invasores entre los diferentes yacimientos petrolíferos en explotación, las represas hidro-eléctricas existentes, las minas de oro de Santa Cruz, y los centros poblados más cercanos a cada uno de ellos.
Raúl recurrió a la experiencia desarrollada con éxito por las fuerzas de Vietman del Norte en la década de 1970 y por los soldados de la Hizbulá islámica hacia fines del siglo veinte.
Ambas fuerzas, incomparablemente inferiores en armamento y tecnología con sus oponentes, los EE.UU. en el primer caso e Israel en el otro, habían preparado el terreno para ocultar sus movimientos, enterrándose.
Si bien los patagónicos no contaban con el lapso adecuado para imitar las extraordinarias fortificaciones que caracterizaron ambas experiencias bélicas, aprovecharon al máximo los días y las noches para ocultar los elementos que estimaron serían necesarios para las actividades que planificaban para el caso de concretarse como se concretó, la temida invasión.
Asimismo se excavaron sencillos refugios cercanos a las zonas que se identificaron como adecuadas para eventuales emboscadas, voladuras y enfrentamientos. En los mismos se prepararon austeros alojamientos, víveres, agua y elementos de primeros auxilios.
La sequedad del ambiente permitía la conservación adecuada de los elementos descriptos.
La red de refugios siguió extendiéndose aún luego de la llegada de las tropas internacionales.
Un grupo de coirones o un matorral de neneos servía para disimular una puerta trampa que permitía acceder a una excavación en la cual podían albergarse una docena de personas por un corto tiempo.
Un bosquecillo de espinos negros ocultaba un pozo en el cual se almacenaba el arsenal necesario para un enfrentamiento y otro los explosivos y detonadores adecuados para obstruir una carretera provocando un derrumbe, volando un puente o una alcantarilla.
El peligro y el instinto de supervivencia aguzaron el ingenio y la creatividad de los responsables, lo que permitió el desarrollo de tácticas de hostigamiento que llevaron al desgaste de la moral de combate de las fuerzas invasoras, obligando a sus mandos a tomar decisiones que poco después pagaron muy caras.

El general inglés

Dos meses atrás había sido convocado de improviso para ponerse al frente de los cuerpos de la Real Infantería de Marina y de Paracaidistas que encabezarían la fuerza de tareas multinacional que debía cumplir un mandato del Consejo de Seguridad de la O.N.U. y ocupar el extremo sur del continente americano, más concretamente la Patagonia argentina.
Conformada por tropa altamente profesionalizada, la División pudo ser movilizada y aprestada para la guerra en pocos días.
Mientras el Estado Mayor de la misma se encargaba de los mil detalles que implica poner en situación de combate a miles de hombres, el General debió afrontar una maratón de entrevistas de orden político.
Sucesivamente mantuvo reuniones con el Ministros de Asuntos Extranjeros, con el Ministro del Commonwealth y con el Primer Ministro.
A todos ellos concurrió teniendo en cuenta que en doscientos años, era el primer militar de su apellido al que las fuerzas del imperio le confiaban una tarea de importancia.
Es más, el mismo era el primero de su familia que había logrado integrar las fuerzas armadas de Su Majestad y no solo permanecer en las mismas, sino también alcanzar su grado.
Dos siglos de “excomunión” militar sobre los Beresford habían llegado a su fin.
Ese era el precio que su dinastía había pagado por la culpa de su antepasado William Carr, quien había cubierto de oprobio los estandartes británicos cuando se rindió en la ciudad de Buenos Ayres en el año 1806.
En la primera entrevista el Foreign Office había destacado que el Reino Unido no solo acataba y cumplía una soberana decisión de la O.N.U. sino que reclamaba la responsabilidad de dirigirla militarmente y que era él, John Beresford quien debía ejecutar esa decisión tomada en conciliábulo de los más altos círculos en los que se decide la política del Imperio.
Los “caciques” mapuches que –desde sus doradas residencias europeas- habían denunciado supuestas tropelías, ataques y matanzas sobre su pueblo responsabilizando al Estado Argentino, debían recibir la máxima consideración en cuanto a sus apreciaciones sobre la situación general por cuanto eran ellos quienes con su actitud, habían reclamado la intervención del organismo mundial que permitiría a Gran Bretaña jugar una importante movida imperial.
Aunque sin dominio concreto sobre el territorio que reclamaban, debían ser considerados representantes legítimos de una nación y una de las misiones que el Reino Unido confiaba a Beresford y a sus hombres era lograr un afianzamiento sobre el terreno que en el futuro debía otorgarse a esa comunidad.
No en vano la Corona inglesa acumulaba una experiencia varias veces centenaria en la conducta de conceder a grupos supuestamente representativos, territorios que no le pertenecían.
Incluso debía adjudicarse a ese hábito imperial una serie interminable de guerras tribales entre pueblos que en algún momento integraron sus dominios, como en los casos africanos en los cuales al retirarse las autoridades europeas dejaban constituidas repúblicas cuyos contornos y fronteras no encontraban apoyo en las realidades geográficas ni humanas, sino en los intereses de las empresas privadas que quedaban allí para cuidar los intereses británicos.
Por su parte el Ministro Secretario del Commonwealth le explicó concienzudamente la perenne importancia que su país otorgaba a las tierras hacia las cuales partiría con sus hombres.
Si bien antaño esa preponderancia estuvo ligada al abastecimiento alimenticio proveniente de las inmensas llanuras húmedas –tierras de pan llevar pobladas además por enormes rebaños del mejor ganado del mundo- hogaño se apoyaba en la necesidad de asegurar el tranquilo dominio de los inmensos yacimientos energéticos –petróleo y gas- que existían no solo en la tierra firme patagónica, sino en su plataforma submarina, en los alrededores de las islas Malvinas y en ambos márgenes de la península antártica que no es más que el último afloramiento de los Andes americanos.
Gran Bretaña – le indicó por fin- necesita contar en ese lugar del globo, con una base política segura. Su relación secular con los países del Rio de la Plata había sufrido graves contratiempos, pasando del amor rendido al odio visceral que impedía cualquier planificación seria y extendida a varias generaciones.
La creación de una nueva nación mapuche sería la solución a esa necesidad imperial.
Pero para lo que estaba preparado fue para lo que fue la conclusión de su visita al Primer Ministro.
Este, luego de recibirlo sin mayores ceremonias en su domicilio, lo introdujo en un automóvil común en el cual ambos se desplazaron sin boato alguno hasta el Palacio de Buckingham en el cual fueron introducidos hasta el despacho del mismo Rey William.
Este lo había recibido de pie, ataviado con su uniforme de Brigadier General y portando sus insignias militares más importantes.
Entre quienes acompañaban a Su Majestad el Rey no pudo reconocer a ninguna personalidad conocida de la política ni de la nobleza, lo que le hizo recordar los comentarios del compromiso de William con ciertas sociedades secretas de larga tradición en Inglaterra.
Sin preámbulos ni mayores detalles le hizo saber que los intereses de la Corona estaban íntimamente ligados al éxito de su misión y que esperaba su regreso triunfal para concederle la condición de Caballero, tras lo cual lo despidió deseándole buena fortuna.
Esta última circunstancia abrumó su ánimo. Supo que desde el fondo de los tiempos, sus ancestros depositaban en él, ultimo de su estirpe, la responsabilidad de la reivindicación histórica del apellido.

Invasión.

Mientras sus tropas volaban hacia la isla de Asunción, había debido dirigirse hasta Nueva York, ciudad que alberga la sede del organismo mundial.
Allí recibió formalmente, de manos del Presidente del Consejo de Seguridad, las instrucciones a las que debía ajustar su estrategia y el mando del contingente multinacional que en definitiva estuvo integrado por su propio país, China e Israel.
Su Estado Mayor estaba constituido por los mejores oficiales superiores de la Real Infantería de Marina y del Cuerpo de Paracaidistas.
Contaba con la información que permanentemente capturaban los satélites que barrían la estratosfera y con una logística impecable.
Los cuadros de oficiales y suboficiales eran británicos y la tropa profesional, recogía un curioso popurrí racial en el que convergían algunos pocos anglosajones entre un universo en el que se juntaban los negros del África angloparlante y de las islas del caribe, gurkas nepaleses y algunos hispanoamericanos de Belice y Honduras.
Las tropas británicas tuvieron la responsabilidad de ocupar el litoral atlántico patagónico desde el río Colorado hacia el Sur; los chinos fueron desplegados como protección de los yacimientos petrolíferos en explotación y de los ductos de transporte de crudo y gas y los israelíes tendrán que asegurar la zona cordillerana que constituye la frontera argentino-chilena, además de los yacimientos auríferos de Santa Cruz.
Inglés al fin y al cabo, la dimensión del territorio bajo su mando le pareció desproporcionada. Para ocupar tan amplias zonas que se suponían hostiles hubieran sido necesarias varias divisiones de ejército. Pero esa era una decisión que no le correspondía a él tomar.
Apeló a toda la experiencia que había recogido a lo largo de su carrera como oficial, durante la cual había recorrido todos los climas y conocido a casi todos los enemigos ya que si bien en los últimos decenios, después de la guerra del Atlántico Sur de 1982 Inglaterra no había mantenido ninguna guerra propia, había formado parte de los contingentes que bajo la bandera de la O.N.U. o con mandato de la Unión Europea, se empeñaron en conflictos regionales más o menos importantes.
Sabía que La Argentina carecía de poder de fuego para oponerle.
Prácticamente no tenía fuerza aérea, ya que los sucesivos gobiernos de ese país habían cumplido concienzudamente –con los más sutiles argumentos- la orden imperial británica de desmantelar completamente el arma que tantos dolores de cabeza les había causado en la corta guerra de 1982.
Los mandos superiores de la flota de mar argentina, que tampoco tenía recursos operativos importantes, eran tributarios de las logias masónicas inglesas y portaban con orgullo el luto impuesto a todas las armadas del mundo por la muerte del almirante Nelson en la batalla de Trafalgar.
De hecho, en el continente el despliegue de las tropas multinacionales se efectuó casi sin oposición militar, salvo algunas escaramuzas que no ocasionaron mayores inconvenientes.
El único episodio que empañó la pulcritud de la operación fue la resistencia opuesta por el legendario Batallón de Infantería de Marina 5 de Tierra del Fuego, que si bien con retaceados recursos mantenía su aptitud y actitud para al combate.
Las tropas de los Para 2 y Para 3 a las que encomendó la tarea de ocupar la ciudad de Rio Grande fueron repelidas y aún empujadas por las tropas argentinas, por lo que se vieron en la necesidad de utilizar los misiles de infantería teledirigidos tierra-tierra para anular su empecinada resistencia.
Además, el agrio carácter del teniente coronel Jones quien comandaba los invasores, lo llevó a ordenar el aniquilamiento de los últimos focos de resistencia para evitar el incremento de las numerosas bajas que había sufrido su cuerpo y así mantener la moral de su tropa.
Este oficial era nieto de un jefe paracaidista inglés muerto en 1982 en el combate de Darwin y arrastraba una inquina personal que enturbiaba su criterio profesional.
Los pocos argentinos que habían sobrevivido, heridos en su mayoría, fueron rematados sin contemplaciones por los “paras” ingleses en el mismo campo de batalla, ya que como resultado de la ingesta de estimulantes a los que recurrían esas tropas para ayudar al coraje, los británicos estaban descontrolados.
Esta conducta trascendió y si bien fue enérgicamente desmentida, fue un contratiempo importante para la política de pacificación que pregonaba la O.N.U. hacia la opinión pública mundial y fundamentalmente, hacia la sociedad argentina.
Las disminuidas guarniciones del ejército de tierra argentino fueron disueltas y sus integrantes licenciados, aunque en su mayoría ni siquiera se presentó a la citación de revista que fue impartida inmediatamente después de la rendición.
Ahora suponía con algún grado de certeza que algunos oficiales y suboficiales del ejército y de la gendarmería argentina formaban parte muy activa de la resistencia guerrillera ya que el armamento portátil no fue hallado en los cuarteles que ocuparon los soldados de la O.N.U.
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En la ciudad costera de Comodoro Rivadavia el General de División John Beresford concluía la reunión de su Estado Mayor con más dudas que certezas y se hundía en cavilaciones.
Por un lado la población civil se mostraba abiertamente hostil y salvo las atenciones que habían recibido de algunos estancieros de habla inglesa afincados en la zona -quienes además le proporcionaban escasa información sobre los irregulares- solo recibían la repulsa de los habitantes de las ciudades costeras, mapuches o no.
Los coroneles Rosenson y Tsing aguardaban tras su corrección militar y su parquedad asiática respectivamente, que cometiera un error para informar a sus superiores nacionales respectivos.
Los chinos, atrincherados en yacimientos y oleoductos, no habían sufrido ningún enfrentamiento. Solamente el constante bombardeo de sus caminos con cargas auto-activadas que habían despanzurrado varios camiones llenos de soldados mientras otros habían sido aplastados por enormes piedras de avalanchas provocadas de similar modo.
Los israelíes por el contrario, habían soportado varios enfrentamientos con grupos de irregulares que amparados por las espesuras boscosas de la precordillera, atacaban sus columnas violentamente para desaparecer de inmediato.
El ánimo de las tropas no era el mejor ya que estaba soliviantado por los numerosos ataques que habían recibido de francotiradores urbanos y rurales que habían conseguido mantenerse fuera del control impuesto a la población por los invasores.
Ambos comandantes reclamaban una conducta enérgica que les permitiera apaciguar las regiones que les había sido confiadas.
Las bajas inglesas, luego del combate de Tierra del Fuego, se limitaban a varios “marines” que se habían aventurado por los suburbios de la ciudad en busca de diversión, cuyos cuerpos fueron hallados degollados y sin orejas por las patrullas que los buscaban creyéndoles desertores.
Beresford sabía que su misión era de paz. Las Naciones Unidas no podían provocar un incidente con la población que incendiara el inestable continente suramericano y él no sería quien cargara con tal culpa.
Despidió a los jefes de los otros contingentes haciéndoles saber que recibirían sus órdenes.*

9: El correntino Santillán

Gabriel preparaba el regreso a Salta junto con su esposa Martina. Mientras tanto conversaba con Edgeo Urpoli sobre la situación de la región en la que había trajinado hasta lo que llamaba “su incidente”. Ambos compartían la hospitalidad del hogar del doctor García quien sin haberse unido a la resistencia, tenía hacia sus integrantes una actitud benévola y tolerante.
De hecho, el chivito que se doraba en la cruz sobre las llamas de lengue era la excusa social adecuada para que los máximos responsables locales de la oposición armada al invasor pudieran conversar sin temor mientras las mujeres cuchicheaban en la galería del chalet de Trevelín.
El dueño de casa guardaba una respetuosa distancia de sus invitados, para permitirles una mayor libertad de conversación.
Una vez que el visitante del “norte” informara a Gabriel sobre la situación general –nacional e internacional- del conflicto, éste pasó a referir a Urpoli los detalles de la organización local.
-Los descendientes de Calfulcurá sufrieron y sufren exclusión y pobreza. Igual que el resto de los argentinos que, paisanos o ciudadanos, pueblan todo el territorio y se vieron sometidos a las políticas que desde Buenos Aires, expoliaron al país en beneficio de unos pocos.-
-Ni más ni menos. No sufrieron más discriminación que el criollo, el hijo de tanos, de gallegos o de polacos que deben ganarse el pan de cada día en una sociedad que los explota y los expulsa.-
-Lo que ocurre con este fenómeno social y político del movimiento mapuche es lo mismo que se da con los descendientes de europeos que apelan a la doble nacionalidad que puede obtener del país del que precedieron sus antepasados sola y únicamente porque esta Argentina no les ofrecía un adecuado ámbito de desarrollo personal, sino todo lo contrario.-
-Y a caballo de esa realidad se han montado los intereses de siempre, los que aprovechan todos los resquicios que les presentamos para fragmentar y dividir a la sociedad argentina, buscando esterilizarla con enfrentamientos que no deberían existir.-
-Es claro que desde 1982, cuando la “nación mapuche” aparece y solicita su reconocimiento diferenciado de Chile y de La Argentina, los que fogonean el proyecto fueron y son las internacionales del petróleo.-
-Ellos mejor que nadie conocen la importancia patagónica en el rubro energía, tanto por lo que puede dar desde el continente y la plataforma submarina, como por su cercanía a los yacimientos de las Malvinas y del continente antártico, ya que los principales yacimientos detectados en este último, están situados a ambos lados de la península de San Martín.-
-Para que puedan explotar sin riesgos tanto unos como otros yacimientos, necesitan una patagonia segura para ellos. Y nada mejor que negociar con una “nación” araucana desgajada de La Argentina y de Chile, un típico estado títere creado y sostenido por las mismas petroleras.-
Después de la larga parrafada a las que Gabriel era particularmente afecto y que fue escuchada pacientemente por su interlocutor, añadió:
-La falsía del reclamo supuestamente étnico es que la mayoría de la población que tiene algo de sangre mapuche, está perfectamente integrada al resto de la sociedad. Incluso varios mapuches “puros” forman parte de nuestra organización.-
-Y como si eso fuera poco, el caudillo indiscutido de esta comarca, es un guaraní que no puede desmentir su estirpe, porque salvo el apellido que le legó algún español, es indio de la cabeza a los pies y de allí tiene una astucia natural para moverse en el bosque.-
-Su familia, correntina de Mercedes, se trasladó a Buenos Aires cuando él era muy chiquito, y allí sufrió los vaivenes de la economía, como todos.-
-La cuestión es que cuando era adolescente tuvo problemas con la policía, llevado por las malas juntas en las que había caído. Y seguramente habría terminado mal si toda la familia no se trasladaba al sur, aprovechando la posibilidad que les dio el proyecto “Tehuelche”-
-Lo conocí cuando vine a Esquel antes de la invasión y empecé a caminar los pueblos y los cerros. Fue mi guía tanto en uno como en otro ámbito. El vive en Nueva Tecka, con los suyos. Poco a poco lo fui poniendo al tanto de mis verdaderos propósitos y hoy día es mi mano derecha, digno de toda confianza-
-Trabaja en un aserradero en el cual es delegado del sindicato, así que tiene bastante libertad de movimiento ya que el gremio lo suele enviar a otras ciudades de la provincia, y la empresa no pregunta demasiado.-
-Como yo me estoy yendo a Salta en unos días, le pedí que se acercara, y si usted no tiene inconvenientes, lo llamo y andará por acá en media hora-
Así fue como Edgeo Urpoli, integrante del órgano de conducción de la resistencia político-militar suramericana, conoció al indio Américo Santillán, caudillo indiscutido de las fuerzas locales.
Rato después Santillán se integraba, costilla en mano, a los degustadores del cabrito. De naturaleza reservada, gustaba observar atentamente su entorno y solo intervenía en la conversación si era expresamente requerido.
Todo su aspecto mostraba inteligencia natural y aplomo. Era, como lo describiera Gabriel, indio de cabo a rabo.
Al término del asado, y mientras los demás comensales se entregaban a la sobremesa, apartándose hacía una umbrosa arboleda, conversaba más animadamente con el dirigente que había conocido ese día.
Había sido Santillán quien planeara y ejecutara, al mando de dos “batallones” de irregulares, las operaciones que permitieron aniquilar una patrulla reforzada de las fuerzas israelíes, hecho que tanta consternación provocara en el hemisferio norte.
A su natural inteligencia y probada lealtad sumaba el don del mando. Su único defecto era –quizá- su osadía rayana en la temeridad.
Luego de exponer sus planes a la autoridad visitante y recibir del mismo las órdenes para su desempeño inmediato, el grupo se disgregó sin despertar sospechas.*