Novela política-profético-onírica
ambientada en la próxima guerra
que se desarrollará en la Argentina
luego de ser invadida
por las tropas de las Naciones Unidas.
Escrita por José Luis Núñez.

Prólogo I

“¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.”
Pedro Calderón de la Barca


El día anterior la lluvia había caído copiosamente, y al llegar a General Pirán la niebla que se levantaba de los fértiles campos de la zona era de una densidad viscosa. Mientras intentaba descubrir el cartel azul que anuncia la presencia del sensor de velocidad, grotesco y argentino recurso para bajar de 150 a 80 kilómetros por hora, comencé a pensar en este prólogo moroso que le había prometido a José Luis para “entrarle” a su ocurrente cuento-sueño.
¿Cómo se prologa un sueño? El prólogo de un sueño ¿es la anticipación del sueño pero soñado ahora por el prologuista? Los jirones de la niebla, dispersada y reagrupada según los antojos del terreno y sus accidentes, confundían la visión mezclando intermitentemente materia en estado sólido con materia en estado acuoso, tierra y vapor, el verde de la mejor pradera del mundo con el gris nublado del cielo. Me dije que seguramente esta debe ser la materia de la que están hechos los sueños, solidez esfumada hasta convertirse en espíritu. La verdadera realidad de los hombres.
Dicen los maquillados “meteorólogos” de los show noticiosos que la niebla es una nube al ras de la tierra, y yo viajaba por adentro de ella imaginando las palabras para introducir al lector en el sueño de José Luis. Nube de sueños. Nube de pedos, dirán los escépticos, los que creen atenerse a la escueta realidad, los que piensan que los sueños son irrealizables y no se permiten el entrevero de una cosa con la otra. Ciertamente, “la única verdad es la realidad”, pero no existe verdad ni realidad que no hayan sido previamente soñadas por los hombres.
¿Cómo vivir sin sueños? O peor todavía, ¿cómo morir sin sueños?, cuando precisamente comienza el sueño eterno. Ni con todo el oro del mundo se podrían comprar nuestros sueños; ni todos los ejércitos del mundo podrían conquistar las trincheras del sueño. Al mismo tiempo que anhela que se haga “realidad”, nuestro corazón también siente y sabe que el sueño es el último reducto, el imbatible, el que no se rinde jamás. Sería ridículo cuestionar un sueño. Sólo la “realidad” se presta a la discusión. Y José Luis soñó y la derrota se disolvió.
Es cierto, y hasta puede ser que ya jodamos un poco. Nuestra generación es la historia de un sueño épico, contradictorio y terrible, que resiste la posmoderna risotada del anacronismo. ¿Despertaremos algún día del embobado declinar hacia la decadencia y la disgregación? José Luis nos recuerda con su cuento-sueño-realidad, que mal que les pese a las “buenas conciencias” tenemos una épica, carajo. Y en este tiempo de bicentenarios extraviados, con la serenidad de sabernos precedidos por varios siglos de lucha, ¿qué nos impide soñar que podemos ser predecesores de varios siglos más? Si Bolívar “aró en el mar”, ¿podremos algún día cosechar en la “nube de los sueños”?

Raúl Copello

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