Novela política-profético-onírica
ambientada en la próxima guerra
que se desarrollará en la Argentina
luego de ser invadida
por las tropas de las Naciones Unidas.
Escrita por José Luis Núñez.

8: Como pez en el agua

En vuelo

El gobierno argentino había rechazado enérgicamente –en el plano diplomático- la decisión del Consejo de Seguridad de la O.N.U. que -con el pretexto del reclamo mapuche- había dispuesto sin más la invasión armada de la Patagonia.
Militarmente, no tenía medios que oponer a la presencia de los contingentes aerotransportados que rápidamente se desplegaron desde los mismos aeropuertos patagónicos, hacia los puntos que debían ocupar.
Las fuerzas armadas, sin poder recuperar siquiera el poder de fuego perdido en la guerra del Atlántico Sur de 1982, habían sido convertidas en chatarra por varios gobiernos que cumplían obedientemente las imposiciones de la potencia vencedora.
Esto era, anular toda posibilidad por remota que pareciera, que amenazare las explotaciones petroleras y gasíferas que el Reino Unido desarrollaba alrededor de las Malvinas y que habían reemplazado con gran ventaja los agotados yacimientos de hidrocarburos del Mar del Norte.
Con el sencillo expediente de negar presupuesto al área de defensa e invertir fondos solamente en las ocasiones que permitían realizar algún negociado que enviaba ese dinero a los bolsillos del titular del poder o a sus socios, La Argentina era un gigante inerme.
Los esfuerzos del último lustro no habían logrado revertir la decadencia de más de tres décadas.
Pese a todo, la experiencia acumulada por algunos grupos políticos había permitido preparar ante la inminencia de la invasión, la resistencia en base a grupos irregulares en los que confluyeron jóvenes militares de carrera, militantes políticos y voluntarios argentinos y de varios países suramericanos.
Al igual que durante la guerra de 1982, las otras dos capitales virreinales del siglo dieciocho, demostraron la vigencia peremne de la geopolítica imperial americana de la vieja España. Sus gobiernos y pueblos apoyaron en todo cuanto les fue posible, a los resistentes argentinos.
El hecho es que ese verano, La Argentina, al norte del río Colorado mantenía al menos aparentemente, la normalidad institucional; y al sur del río estaba ocupada y administrada por fuerzas que actuaban bajo el mandato de la O.N.U. las que eran sometidas al constante hostigamiento de inasibles guerrillas.
Fuerzas que cuyos líderes aguardaban ahora su presencia.
La metálica voz del comandante que anunciaba el próximo aterrizaje en suelo patagónico interrumpió la rememoración a la que – relajado- Edgeo se había entregado.

El capitan Chian.

Cuando el avión cesó su carreteo y detuvo sus turbinas, fue inmediatamente rodeado de fuerzas de la gendarmería internacional, que controlaban minuciosamente al pasaje y a las cargas que llegaban del norte.
En el militarizado aeropuerto de Trelew los civiles eran sometidos a minuciosos y exhaustivos exámenes.
El oficial chino que se encontraba a cargo había recibido previamente - de las autoridades universitarias locales- la solicitud de agilizar el arribo del licenciado Edgeo Urpoli, conferencista de fama internacional que había sido contratado por esa casa de estudios para dirigir un seminario relativo a la conservación y mejoramiento del medio ambiente austral.
Ante el insistente requerimiento del Rector, había dado todo tipo de seguridades “chinas”.
Recordó las recomendaciones que llegaban desde “la casa de cristal” de Nueva York para que afianzaran una política de buena relación con los habitantes locales que no apoyaran a la resistencia militar.
A través del monitor instalado en su despacho examinaba al experto, quien aguardaba el control de su equipaje en la sala VIP.
Su especto era el de un inofensivo y típico intelectual universitario. Le recordó a quien había sido su profesor durante un curso sobre filosofía occidental que debió tomar en la universidad de Shangai.
Inmediatamente su memoria saltó a la figura de Lin, la amistosa compañerita de curso con la que había pasado más horas que en la cátedra.
Su ánimo se iluminó al recordar que se encontraba próximo a ser relevado, lo que le permitiría volver a su tierra y a los tibios brazos de Lin, que siempre sabía como reconfortarlo en sus regresos al hogar.
Envió a su asistente a agilizar el trámite del ingreso del profesor y decidió salir a la calle, a buscar un regalo para su mujer, que fuera lo suficientemente importante y hermoso como para hacerle saber cuanto la quería.
Lin esperaba un hijo suyo, y el médico les había anticipado que sería un varón, lo que los había colmado de alegría. El, Chian y su mujer Lin, podrían a su tiempo, marcharse seguros a la morada celeste sabiendo que su primogénito cumpliría los ritos religiosos que asegurarían su descanso eterno.

Suramericanos.

El saludo formal que recibió del doctor Nieva, decano de la facultad de medicina de la universidad local, escondía a los curiosos ojos que los observaban, el afecto que unía a esos dos viejos amigos.
Ambos habían estudiado en Córdoba, la docta, y habían compartido también la agitada y peligrosa militancia política en su juventud.
Luego de instalado en la habitación que le había sido reservada en un tranquilo hotel frente a la plaza Independencia, salieron a caminar por la calle España, como yendo hacia la laguna.
Edgeo, si bien acumulaba toda la información que llegaba al estado mayor en Buenos Aires, deseaba oír de boca de su leal amigo, las impresiones que solamente se adquieren en la cercanía del conflicto.
-Igual que en Rusia cuando fue invadida por Napoleón o Hitler, las grandes distancias patagónicas nos ayudan. Para controlar todo este territorio deberían decuplicar sus fuerzas.- informaba el decano.
- Por otra parte los grupos están bien mandados y pertrechados. En las unidades, chicas, medianas o grandes, se repitió el fenómeno de la invasiones de 1806 y 1807, con los Patricios. Acá también los jefes fueron elegidos por la tropa, y estos son indoblegables en sus convicciones, resueltos, leales y sinceros. En una palabra, son el ejemplo en el que se miran sus subordinados.- expresó con entusiasmo.
- Y pese a toda la propaganda que nos bombardea, la población está firme y eso permite a los combatientes mimetizarse sin mayores dificultades.
-Mis dos hijos están allá- dijo atragantándose con la emoción.
Más tarde y tal como había sido previsto, la actividad académica que desarrolló le permitió mantener con un mínimo riesgo, los contactos con los jefes resistentes del sector, lo que constituía su verdadera misión.
Urpoli pudo conoció una gama variopinta de personalidades que habían sido unidas por la común actitud frente a la agresión de la que era objeto la sociedad de la que formaban parte.
Había entre ellos algunos militares que habían abandonado a las fuerzas del “norte” para unirse a las guerrillas; jóvenes maestros de escuela; algún estanciero que había armado con sus capataces y peones, una verdadera fuerza partisana; oficinistas y obreros que habían aprendido a amar a su Patagonia, esa tierra que se había convertido en su sino y su esperanza.
En todos ellos se había manifestado un ingenio táctico que, sumado a la conducción que ejercía el mando de Buenos Aires y al aprovisionamiento que llegaba del Perú y de Venezuela, ponía en jaque a la bien pertrechada fuerza invasora internacional.
Entre los jefes de grupo con los que tomó contacto fue particularmente impresionado por el trío de uruguayos que comandaba el “batallón” –como se referían a si mismos- de voluntarios orientales al que habían bautizado “Los treinta y tres”.
-Nuestro país les dio la espalda en el ochenta y dos, por esa actitud permanente de envidia provinciana que envenena a muchos de nuestros compatriotas. Algunos, en Montevideo, llegaron a festejar la victoria inglesa – explicó Jorge Washington Artigas, el que encabezaba el grupo.
-Mi viejo, que en ese entonces estudiaba medicina en Buenos Aires, tuvo que escuchar la bronca que esa actitud despertó con razón entre sus amigos porteños.-
-Le recitaban unos versos que decían “Cuando al grande lo tumba la fortuna/ se ríe el vil y a motejarlo empieza./ Cuando el tigre se hunde en la laguna/ le patea la rana la cabeza.”- (*)
-Pero ahora la juventud oriental –dijeron remarcando esto último- no quiere ser “la Suiza de América” donde guardan y lavan el dinero sucio de todos los chanchullos del continente.-
- En nuestro país constituimos un club juvenil -una corriente- del Partido Nacional. Y en muchos ateneos llegamos a una conclusión de orden histórico político que nos llevó a entender que nuestro destino estaba con la integración, no con el aislamiento que algunos de nuestros dirigentes cultivan para sacar ventajas entre Brasil y Argentina, o entre USA y suramérica.-
- Decidimos que esta era una buena forma de comenzar nuestra nueva relación y nos cruzamos a darles una mano -
En las siguientes semanas, mientras recorría el itinerario previamente dispuesto por la universidad, subiendo por la ruta 3 hasta el valle de rió Negro y costeándolo con frecuentes paradas donde se reunía con organizaciones de productores zonales, pudo advertir que las fuerzas que debía coordinar, si bien disímiles, se prestaban a la obediencia imprescindible.
Y que en el caso particular -tal como lo había requerido el lejano Mao en su clásico manual- el ejercito guerrillero de la Patagonia se movía entre el pueblo como el pez en el agua.
Tanto en las grandes ciudades tradicionales como Gallegos, Comodoro, Viedma o Neuquén como en las nuevas urbanizaciones de Gan Gan o Ingeniero Jacobacci pudo palpar el mismo espíritu.
Hombres y mujeres jóvenes se habían comprometido voluntaria y seriamente, con una empresa en la que les iba la vida.
Asimismo, las familias que habían sufrido la perdida de alguno de sus integrantes en las acciones, recibían masivamente toda la protección y contención que su comunidad podía brindarles.
Luego de un día pleno de actividades, trataba de conciliar el sueño. Tenía previsto cruzar por carretera hasta Esquel, distante unos setecientos kilómetros, al siguiente día.
Empero estaba contagiado por la energía que emanaba de la gente que iba conociendo. El ambiente humano era totalmente distinto al que se vivía en “el norte”, en Buenos Aires.
- Si pensamos que esta sociedad es la misma que aquella que – quince años atrás- parecía incurablemente abatida, egoísta, sicótica, debemos admitir que bastó con rascar un poco la piel del pueblo para permitir que aflorara su verdadera fibra. La que hizo un país poderoso en un siglo. La que nos permitió rivalizar mano a mano con los gigantes de cada época.- se dijo a si mismo Edgeo mientras cerraba sus ojos tratando de conciliar el sueño reparador.
Y una inmensa gratitud hacia el destino que le había tocado vivir le inundó el alma.*

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