Novela política-profético-onírica
ambientada en la próxima guerra
que se desarrollará en la Argentina
luego de ser invadida
por las tropas de las Naciones Unidas.
Escrita por José Luis Núñez.

6: El edificio más alto del mundo

En los primeros años del siglo, poco después del atentado terrorista –nunca debidamente aclarado- que provocó la caída de las llamadas “Torres Gemelas” de Nueva York, sede del World Trade Center, un poderosísimo grupo financiero cuyas operaciones alcanzaban a todo el planeta comenzó a acariciar un ambicioso proyecto: construir el edificio más alto del mundo en Buenos Aires.
Previo a este gran emprendimiento, durante la década anterior este mismo grupo había adquirido extensas superficies a lo largo y a lo ancho del territorio argentino. Millones de hectáreas de la mejor tierra cultivable habían cambiado de dueño en pocos años, aprovechando la pérdida de valor de la misma que había resultado como consecuencia de un muy prolongado conflicto que artificialmente había mantenido con los productores agropecuarios el anterior gobierno nacional.
Muchas familias chacareras y pequeños estancieros propietarios de unos cientos de hectáreas en la pampa húmeda que le habían permitido progresar humana, social y técnicamente, fueron llevadas al quebranto por la rapaz administración del dúo matrimonial que había ejercido el mando presidencial durante la década anterior. Como lo que era financieramente insoportable para un chacarero, era una pérdida fácilmente absorbida por el conglomerado económico financiero que encabezaba Efraín Manzano, el crudo darwinismo económico de la época permitió esa extraordinaria concentración de riqueza latifundista.
También había adquirido enormes superficies en la desolada patagonia, expulsando a pobladores nativos y apropiándose de cursos de aguas hasta sus mismos orígenes cordilleranos.
Por último, el grupo se había hecho con las empresas que controlaban la producción hidro-energética proveniente de los embalses construidos sobre los ríos patagónicos y de las redes que trasladaban el fluido eléctrico a las zonas de consumo concentrado.
Inmediatamente después de la conmoción que sobrevino al “tsunami” del año 2012, Manzano, representante de dicho grupo en La Argentina se abocó con ahínco a plasmar en los hechos el plan.
Para ello fueron convocados los más afamados estudios de ingeniería civil y arquitectura, a más de varios ancianos cuyo saber esotérico creyeron necesario consultar.
Tras un prolongado plazo de estudios, se anunció “urbi et orbi” el fantástico objetivo: una torre de acero, hormigón y cristal se alzaría más allá de los mil metros, sobre el fangoso lecho del Rio de La Plata, frente a la ciudad de Buenos Aires, a varios miles de metros de la costa.
Esta estructura constituiría el centro de una mayor, compuesta por seis isletas de concreto que serían su basamento hasta el subsuelo rocoso y que a su vez contendrían en sus entrañas todos los ingenios mecánicos necesarios para dotar al conjunto de total autonomía.
Su unión con costa firme sería por túneles sumergidos, además de contar con atracadero, helipuerto y pista de aterrizaje para pequeños aviones.
El grupo financiero que impulsaba la obra allanó todos los obstáculos técnicos y administrativos que se le presentaron, pues como pudo constatarse, contaba con apoyos sólidos en todos los niveles del poder, tanto local como internacional.
La construcción de la torre parecía un proyecto encaminado a demostrar ante propios y extraños la gran preponderancia que el grupo había alcanzado en el país.
Para su realización se trabajó día y noche, realizando una exhibición de poder tecnológico asombroso.
Inmensas maquinarias flotantes llegaron allende los mares, para marcar, cercar, dragar y construir la cimentación de la obra civil, como así también numerosas embarcaciones que sirvieron de alojamiento al personal contratado, en su mayor parte proveniente de lejanos puertos.
Ejércitos de ingenieros, arquitectos, técnicos y operarios se movían con precisión de colmena dando forma a la maravilla técnica, y el rumor de la obra se podía percibir sin esfuerzo desde la desolada costa bonaerense.
La fastuosidad del emprendimiento contrastaba con el panorama de destrucción y muerte que existía en la tierra firme, en la cual –como dijimos- se había abandonado la zona arrasada por la furia de la naturaleza.
La diferencia material solamente estaba separada por unos tres kilómetros, lo que tornaba opresiva cualquier comparación.
Cuando en Julio del año 2016 el edificio estuvo terminado, su inauguración coincidió con el nuevo aniversario de la declaración de la independencia nacional.
Para la ocasión, los promotores de la obra prepararon cuidadosa y meticulosamente una ceremonia llamada a perdurar en los anales históricos, convocando a autoridades políticas de todo el mundo y representantes de organizaciones públicas y privadas dedicadas a la ciencia, la economía, las finanzas y la producción.
El protocolo fue estrictamente privado y las autoridades argentinas fueron puestas en pie de igualdad con los representantes de otros países, si bien el ordenamiento alfabético que si hizo de las delegaciones, las ubicó en primera fila.
El único orador fue quien presidía la extraordinaria corporación quien si bien era originario de medio oriente, se expresaba en un castellano muy aceptable.
Por sus palabras todos tomaron conocimiento que el sin par edificio, que recibió el bíblico nombre de BABEL sería de allí en más, la sede excluyente y principal de los negocios que en todo el planeta abarcaba el “holding”.
Cuando el orador concluyó su perorata, se encaminó al tablero desde el cual accionó el mecanismo que procedió al izamiento del pabellón virtual, ya que no estaba plasmado en tejido alguno, sino por haces láser que flamearon en lo más alto de la torre principal.
Contrariamente a lo esperado, no eran los colores de la enseña nacional del país que celebraba sus doscientos años de independencia.
Una nueva y desconocida divisa ondeó, gigantesca, sobre los millares de invitados y sobre los propietarios. En ella se leía claramente una frase: ONE WORLD.
Lo más sorprendente es que cada delegación podía leer la misma frase solamente en su propio idioma y sistema escriturario, sin que se superpusiera con los demás.
Los anfitriones se negaron a revelar el sistema que permitía este curioso ingenio.
Cuando todo concluyó y los invitados se retiraron, muchos llevaban consigo la impresión de haber asistido a la fundación del nuevo gobierno del mundo.*

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